14 de mayo de 2013

La paradoja del bastardo

Como buena recién egresada de la UBA mis días se desarrollan dentro de una nebulosa reflexiva. El qué-será-de-mi-vida-ahora-que-me-recibí no es más que un condimento para mi ensalada mental, mi pregunta preferida es ¿por qué los chicos de la F.A.D.U. no tienen proyectos personales? La desmotivación mecánica puede ser, tal vez la falta de contactos o en una de esas sea la orientación de la carrera, sea como fuere la mayor parte de mis compañeros se desempeña como cuenta-cierres profesionales en fábricas. Preocupada por el futuro de mis compañeros decidí que todo aquel que se arriesgue a independizarse y enfrentar al vil mercado de la moda sin más apoyo que el de sus creaciones (como si fuera poco), merecía mi apoyo.
La cuestión es que hace tres días un compañero de la facultad me escribe diciéndome que si me gusta likée (lo fantástico que es el nuevo léxico contemporáneo no tiene nombre). Con la bronca que me dan esos pedidos apoyé mi mano virtual en las letras azules y apenas apareció el subrayado entendí por qué ese click fue instantáneo: Marcelo Yarussi fue mi egresado favorito. Con una colección oscura y moderna fue un poco más allá de la clásica propuesta F.A.D.U., no se alejó mucho de la tendencia pero a su vez no le fue tan fiel. Trabajó materiales no convencionales sin temerle a la transparencia mórbida, llevó al espectador a una constante pregunta ¿de qué habla? Flores y huesos, látex y tul, degradé y piel humana, mucha piel humana. Era mi candidato personal para el Semillero.




Seis meses después de despedirse de la aulas, Marcelo decidió montar un improvisado showroom en su casa de Colegiales y dar rienda suelta a todas esas ideas que surgen cual caldera de la mente recién recibida. Su marca, su engendro fue paradójicamente bautizada Bastardo. En la mesa y el perchero descansa su colección accesorios no convencionales confeccionados con materiales intervenidos por él. El bolso de papel impermeabilizado por sus propias manos es definitivamente mi preferido. A decir verdad, cuando lo vi en las fotos (tan oscuras como su tesis) pensé que era cuero gastado, veteado, rígido. Cuando me contó por mail que estaba trabajando con gabardina y papel me perdí, me perdió. Pero como la buena y legítima curiosa que soy, fui al showroom. Ahí me encontré con un producto de diez, no, veinte puntos. Más allá de los artesanal combinado con este eje de investigación, la estética urbana que generó con PAPEL misionero es admirable.



Fueron varios los meses de preparación y pruebas (como buen obsesivo trató el papel con distintos materiales hasta llegar al indicado). Usó los bolsos bajo la lluvia, cambió la forrería (hoy es de lino, prolija y resistente), eligió el gramaje de papel ideal y cuando estuvo seguro de que el producto funcionaba a la perfección le dio luz verde a la marca. Seguro de que el producto funcionaba como él quería empezó a desarrollar nuevas tipologías (el bolsito tamaño nécessaire cuya forma sale de la épica bolsa de McDonald’s me volvió loca).

En estos últimos años vimos florecer el diseño argentino nuevamente. Marcas, jóvenes, calidades, forma, todo nuevo, lo que no veía hace mucho tiempo es experimentación en materiales no convencionales con resultados usables. Cuando paseen por Colegiales y decidan visitar a Yarussi, no fantasíen con encontrar un Bastardo reciclado ni desprolijo, vayan a ver un producto que los va a sorprender. Lo mejor de la moda es, fue y será la sorpresa.


Fotos cortesía Bastardo y Mariana Pacho López