29 de agosto de 2012

Arts & Punks


Como se habrán dado cuenta, no soy muy fan de contar o mostrar mi vida privada acá (para eso está Facebook). Pero un par de lectoras querían ver algunas cosas que me compré en Londres, lo cual me parece una excusa perfecta para contarles un cuentito lindo.
Como todo el resto de las personas, tengo alguna que otra debilidad. Me gustan las fotos de animales bebes haciendo cosas raras, todo lo que se relacione con el hip hop y los libros de moda, pero lo que más me puede son esos objetos que con tan solo verlos podemos leer una historia, esas cosas que al ser observadas dejan ver más allá de su materialidad y su forma. Por eso me enamoré de los lentes de Oliver Goldsmith (que en realidad llevan el nombre de su nieta y diseñadora actual, Claire). Sí, el diseño es impecable pero lo que me obligó prácticamente a llevarlos fue ese medio siglo de personajes y anécdotas que tienen por detrás.
Unos meses antes de mi partida, cuando todavía no estaba enterada del viaje, en mi recorrida virtual diaria me crucé con la última colaboración de Dr. Martens: una colección cápsula de cuatro borcegos, cuatro zapatos y cuatro morrales diseñador por Liberty. Liberty, flores, florcitas, pensé. Indefectiblemente los doce productos son una fiesta de capullos, pétalos y pajaritos. Me picó el bicho de la intriga y empecé a investigar un poco más esta casa que desconocía totalmente (mala mía).
Resultar ser que Liberty es una tienda tan tradicional como Harrods pero un par de décadas más joven (abrió en 1875). En el corazón del Central London, su edificio es una postal típica de la ciudad del Támesis: blanco con listones de madera negra y una marquesina, también de madera, con el nombre de la tienda en una tipografía fina y delicada, un gigante estilo Tudor y tradicional. Rodeada por calles angostas y peatonales, la construcción toma presencia vista desde enfrente, pero solo hace falta subir unos escalones y cruzar esas puertas de madera para disfrutar y entender el espíritu Liberty. Habitaciones floreadas, camisas y pañuelos floreados, perfume dulzón floral, cuadernos con flores, tazas con flores, libros de flores, flores. Que haya habitaciones no es algo menor, el serñor Arthur Lasenby Liberty, fundador del lugar, decidió y requirió que el espacio estuviese dividido en cuartos para que los clientes se sintieran en casa al recorrerlo.

Por si todo este sustento arquitectónico los deja con hambre: Mr. Liberty fue propulsor del Art Nouveau y del Arts & Crafts londinense, así fue que las estampas florales se convirtieron en la insignia de la boutique. Para que se den una idea del peso de este lugar, en Italia el Art Nouveau fue llamado Stile Liberty (sin ir tan lejos ¿qué nombre le damos a las estampas de flores chiquititas?). Entre los protegidos estaba William Morris creador del hermoso Strawberry Thief, un motivo con pájaros, flores y plantas que hoy se puede encontrar en el V&A Museum y en los pies de aquellos que hayan comprado los Dr Martens (dato: lo terminó en 1883).

Entrar a Liberty, mirar los cuadernos de Paul Smith al lado de Susie Bubble, agarrar tacitas de porcelana que bien podrían ser obras de Mucha y escuchar a Oscar Wilde diciendome "Liberty es la tienda elegida del cliente artístico" no me dejó opciones: cuenta mental, me alcanza la plata, me llevo aquellos.

La estampa no es de Morris, se llama Martens Flower, es una re interpretación de un motivo diseñado por Silver Studio para Liberty en 1930





Fotos por mi hermana y Wikipedia

20 de agosto de 2012

Ray Petri y el McQueen original



A mi me enseñaron que no se empieza una nota con un "no". Siempre hay que encontrar otra forma de expresar las cosas negativas. Pero a veces el no es necesario: no me gusta la palabra tendencia. Tiene tantos significados como personas hay en el mundo y en general está mal usada. Todo es tendencia; si un blogger lo dice, es tendencia; si algo se repite, es tendencia.
El martes pasado mi amiga Flora compartió un post de The Modistas donde la autora, Marou, proponía el término sport to wear. Me pareció interesante, no decía que esta mezcla de ropa deportiva con prêt-á-porter era una tendencia pero sí lo insinuaba (cada día hay más gente combinando gorras de béisbol con blazers sastreros o tacos con joggings). Hará un año atrás tuve que hacer un trabajo para un curso, una revista, mi editorial funcionaba de manifiesto. Ahí di mi opinión sobre la influencia de las ciudades en el vestir, lo que la escritora llamó sport to wear para mi es estilo urbano y habla de nuestras costumbres y necesidades. La ciudad y el vestir tienen una relación íntima, se interdeterminan: los tacos y el subte no son del todo amigos, los días citadinos son largos y complejos, requieren ropa acorde a la rutina que el contexto impone.
Al margen de mi manifiesto, hace un par de días y casi por casualidad fui al Museo de la Moda de Bath, una ciudad inglesa fundada originalmente por los romanos (es tan chica que yo más que ciudad le diría pueblo). Si bien el museo es bastante chico y su colección me pareció un poco escueta, la segunda sala, ubicada en un sótano con luz blanca y un poco de humedad, es dueña de una muestra temporaria que trata la relación de la moda y el deporte a lo largo de la historia. Además de una campera dorada de Stella McCartney (preciosa), trajes de equitación de principios de siglo, equipos de fútbol actuales y un catsuit futurista de Pam Hogg, había dos paredes dedicadas a la Buffalo Image, imágen y colectivo artístico creados por Ray Petri en la década del 80. Esas dos paredes hicieron valer las £12 que costó la entrada (más que el vestido de Alexander McQueen que encontré al entrar a la tercera sala).


¿Dos paredes con un par de fotos y algunas palabras valen más que un McQueen original? ¿Pero esta chica está loca? No, no estoy loca pero descubrir el trabajo de Petri y sus colegas (fotógrafos, maquilladores, modelos y diseñadores) fue mucho más importante que ver en vivo un vestido que ya vi en libros, videos y sitios web, un vestido que puede ser hermoso y original pero no plantea nada nuevo en el mundo de la Moda. Ray Petri gestó la estética de los 90s y quebró la barrera que separaba la calle de las pasarelas.
La influencia de este controvertido personaje se separa en dos áreas: producción de moda y modelaje. Primero hablemos de los modelos, un tema que para muchos es poco interesante y superficial. El escocés en cuestión abrió las pasarelas y las editoriales a todas las etnias y todos los colores (él descubrió a Naomi Campbell). La elección dependía más de la actitud que del aspecto, de hecho entre su equipo de mannequins había bad boys jamaiquinos y nativos americanos. Entonces esta supuesta tendencia de los modelos reales no es cosa nueva, Yamamoto no fue el primero tampoco lo fue Grupo 134; esto empezó en la década del 80.



Ahora bien: producción de moda, editoriales. Petri era productor cuando todavía no existía esta profesión, fue de los primeros que, en vez de fotografiar la ropa tal cual salía del local, elegían mostrar un look, modificaba las prendas a su gusto para llegar a esa imagen que él buscaba. Quería mangas largas: las cortaba y las volvía a unir con alfileres de gancho para que los puños se vieran por debajo del saco.
En los 80s recién empezaba a surgir el look deportivo como ropa de calle, ahí empezó el jolgorio de las zapatillas (agradezcamosle a los raperos, a los basketbolistas y a adidas), pero esto no quiere decir que el sport se combinase con el prêt-á-porter. Petri metió mano y sus editoriales de The Face empezaron a mostrar hombres con boxers, chalecos sastreros, trench coats y zapatos con medias altas (todo a la vez), gorros de ski con sobretodos, camisas de jean y gemelos, las canilleras se convirtieron en accesorios y lentamente la ropa interior comenzó a ser exterior. Como si haber jugado el papel de licuadora de estilos fuese poco, fue más allá: hombres con pollera. Empezó con un kilt y terminó con una falda larga y blazer de dos botones, sin remera.
Ray Petri murió en el '89 a los 41 años. Su muerte temprana no lo dejó llegar a la fama pero Buffalo, su equipo, su imagen, sentó las bases de los que sería la moda hasta el día de hoy, trascendió la tendencia y llegó a lo que muchos quieren y pocos pueden: el estilo. Por eso el sport to wear habla más de un estilo que de una tendencia, de algo con fecha de vencimiento, porque habla de Ray Petri.








 Neneh Cherry, parte de Buffalo, inmortalizó al grupo dedicandole un tema

14 de agosto de 2012

El espejo y el mundo


Como ya saben acabo de volver de Londres (hola, volví). Viajar es una de las actividades más educativas y constructivas de la vida, hablar en otro idioma es lo de menos: lo que importa es poder percibir las distintas culturas, los diferentes usos, modos, códigos. Considero que donde más aprendí de Moda (con M mayúscula) fue en cada uno de mis viajes. El simple hecho de salir a la calle y ver cómo se viste la gente en cada ciudad me hizo aprender. En Marrakech pude entender el poder de la globalización al ver musulmanas en jeans y velo en el medio de la ciudad vieja o Medina, cuando hacía solo un par de horas había visto por primera vez, en el desierto, a una señorita cuya burka le descubría un único ojo. En Israel pude entender el poder que la guerra y la militarización tienen sobre la gente, alcanzan la estética personal. Esta vez me tocó volver a Londres, una de mis ciudades preferidas, una ciudad que creí no tenía un patrón estético, una ciudad donde la elegancia es casi despreciable, una ciudad donde creía cada uno tiene su estilo y su estilo es personal.
La primera vez que fui a Londres era bastante chica. Fui sola a los 17 años. Era el año de los chalecos de piel de colores (piel sintética por supuesto) sobre camperas jean. Estaba fascinada, miraba para todos lados, la gente se vestía increíblemente bien y no le importaba absolutamente nada. Las pasarelas de Buenos Aires estaban a años luz del subte británico. Yo miraba, miraba vidrieras, miraba museos, miraba a la gente. Una noche en el subte casi vacío, yo y mi nube de fascinación nos quedamos observando las medias a rayas de colores de una chica, la escrutamos durante un rato largo. Cuando llegó mi estación me bajé, la chica también. Ese día aprendí un código y entendí por qué allá se visten así: con cara y actitud de pocos amigos, ella se acercó y me preguntó con un tono que daba bastante miedo "¿Qué me mirás?", me quedé helada. Un mes más tarde volví a Buenos Aires y mi tío me contó que cuando él estaba en Estados Unidos se quedó mirando a una señora, ella, muy prolija y educadamente le dijo "You don't stare at people" (no te quedes mirando fijo a la gente). En Argentina el espejo son los ojos del resto, en otros países el espejo es uno mismo. Por eso allá (casi que) no hay transgresión, porque hay menos reglas.

Les dejo algunas fotos del viaje. Agradecimientos especiales a mi hermana que se lleva la autoría de casi todas.

Escultura de Yayoi Kusama en la vidriera de Louis Vuitton (FYI: Yayoi acaba de hacer una colaboración con LV)













5 de agosto de 2012

Tradición y vanguardia



Parece que para ser blogger hay que usar (no abusar) de la primera persona. Esto no se debe tanto al egocentrismo ni al culto a la persona, sino más bien a que algunas experiencias personales merecen ser contadas. Este es el caso de lo que les voy a comentar hoy.
Hace unos meses me recetaron anteojos para las actividades de enfoque, es decir, para todo: leer, escribir, coser y dibujar, todo. Como buena fanática de los accesorios, me puse feliz y salí en busca del marco de mis sueños. Vintage, nuevo, viejo, color, negro, todas eran opciones, y como caminar es algo que disfruto, pasé por todas las tiendas que encontré. Así fue que descubrí a las chicas de La Fille aux Lunettes, una tienda online (están en Facebook nomás pero también tienen showroom) llena de marcos vintage y sin uso de marcas de primerísima linea, entre ellas Chanel, Marni y Gianfranco Ferré.
Después de la recorrida general, decidí que la relación precio-diseño no era apta para mí, de modo que, sabiendo que en unas semanas me iba de viaje, agarré un marco viejo que tenía en casa y le puse aumento.
En Londres tampoco fue fácil, las megaópticas me dan vértigo estético y las pequeñas tiendas de diseñadores no querían mostrarse. Pero una de esas fantásticas y hermosas casualidades me llevó a la puerta de Oliver Goldsmith, una tienda de familia (aunque su ambientación no lo insinúe) con más de cinco décadas de antigüedad y tres generaciones en su haber.
El local está en una calle tranquila del barrio de Notting Hill. La vidriera no es ostentosa pero sí llamativa. En el interior las paredes están empapeladas con polaroids de gente usando gafas OG, los lentes descansan en una estantería tipo grilla blanca, impecable, cada par en un rectángulo. Me atendió el marido de la dueña, nieta de Oliver, el fundador de la marca, quien además de dejarme poner y sacar modelos de la estantería, empezó a abrir y cerrar cajones con marcos que le parecían me iban a gustar y quedar bien.


El material que más trabajan en el piso de arriba (en unos párrafos les cuento qué pasa abajo) es la pasta, es decir, el típico lente de marco plástico que se usa por estos días. Cuando digo el típico hablo de la materia prima porque sus modelos de clásicos tienen muy poco. Como me dijo quien me atendió, el diseño sale de algun modelo de los 60s al cual se le modifican ciertos detalles para hacerlo más actual, se cambia el color, el corte o el tamaño. Calculo se preguntarán por qué la década del 60: el señor Goldsmith no fue un creador X, hace cincuenta años él tuvo el agrado de cubrir y cuidar los ojos de estrellas de la talla de Audrey Hepburn, Michael Caine y Grace Kelly y, como si fuera poco, diseñó piezas para desfiles de Vidal Sassoon (el peluquero que falleció a comienzos de este año), Givenchy y Dior. Es decir, Mr. Goldsmith era un peso pesado del diseño.

Esta pieza fue diseñada especialmente para un desfile de Vidal Sassoon

Si bien quedé fascinada (al igual que toda mi familia) con las gafas del primer piso, más aún con el detalle de las patillas biseladas, cuando me comentaron que en el piso de abajo estaba la sección bespoke o hecho a medida, aplaudí de la alegría. Con tan solo bajar quince escalones la atmósfera dio un giro de 180 grados. Las polaroids a color de hipsters con bigote se vieron sustituidas por un collage de cientos de fotos de revistas en blanco y negro, donde se veían modelos y artistas usando las gafas de esta tradicional y vanguardista tienda inglesa. Una pared era diferente, una gigantografía de Oliver G. con sus hijos, los tres vestidos de traje blanco con corbata oscura sonreían a la cámara rodeados de sus creaciones; a los lados de esta fotografía había lentes dispuestos uno encima del otro, todos modelos originales de los 60s.



Mientras paseábamos por el subsuelo, nuestro guía nos comentó que algunos de esos marcos sirvieron de modelo para unas gafas que le hicieron especialmente a Lady Gaga, para sorpresa de nadie estos dos modelos irreproducibles fueron hechos a mano, uno estaba bañado en cristales Swarovsky, repito A MANO, y el otro forrado en una seda pintada a mano con aspecto de encaje.
Cuando estaba por subir nuevamente la escalera vimos un maletín de cuero, ahí sucede la magia bespoke. Al abrirlo el lugar pareció convertirse en una clásica sastrería inglesa: color de cristal, con o sin espejado, con o sin degradé, color y motivo del marco, tamaño del tabique (esto implica que el lente calza tan bien como un blazer hecho a medida) y tipo de patillas, todas las opciones para que los anteojos, además de sentar bien, sean realmente personales y casi irrepetibles.



Oliver Goldsmith es una casa con décadas de innovación en su haber, describir su tienda como un lugar de tradición equivaldría a cortarle una pata a una mesa. La creatividad y la irreverencia se juntaron con calidad para hacer de esta casa una tradición inglesa de vanguardia.